Y allí estaba ella, sentada con la mirada perdida en el horizonte de aquel atardecer.
Buscándole un sentido a su vida, una ilusión, un hálito de aliento, un sueño o quizás una esperanza que le diera la fuerza necesaria para seguir creyendo para seguir viviendo, para seguir sonriéndole a la vida,
¡Ah, cuanta falta le hacía sonreír! Lo necesitaba urgente, necesitaba encontrar ese algo que la impulsara porque aún a pesar de todo era consciente de que no podía dejarse vencer ni morir. ¡No! Aún no era su momento y no podía desistir, así sintiera que las fuerzas día a día disminuían
En esos momentos se sentía vacía por completo, en un desierto de sentimientos y emociones... Nada, absolutamente nada sentía, ni ira, ni angustia, ni rabia ni odio, ni siquiera un asomo de tristeza, era una ausencia total de emociones y sentimientos. El dolor había sido tanto en su vida que ya a esas alturas se había vuelto resistente, inmune a todo, era como si estuviera muerta en vida.
Ya no había sueños y mucho menos ilusiones, habían claudicado.
Se veía en un limbo rodeada de oscuridad… Trataba y luchaba con el poco aliento que le quedaba por encontrar una salida, una luz que le mostrara el camino; pero todo era inútil, así que llego el momento en que desistió y se dejo, se abandonó a su suerte sin poner resistencia, y así pasaron los días, las semanas, los meses y algunos años sentada allí con la mirada perdida en el horizonte, cada día más ausente…
Una noche ni siquiera tuvo la fuerza de dejar su mirada perdida en el horizonte, así que sólo pudo mirar a su interior, mirarse a si misma y penetrar en lo más hondo de su ser. Allí muy adentro en lo más profundo vio como brotaba un retoño de algo que despertaba su curiosidad, se fue acercando y mientras lo hacía reparó en su alma, mente y corazón
Descubrió que su mente estaba cerrada, clausurado estaba su corazón y su pobre alma. ¡Ah! Su pobre alma con cadenas y grilletes prisionera la encontró.
Partió cadenas y cepos, abrió su mente liberando sus recuerdos y su pasado. Derribó muros dejando que la luz inundara cada rincón de su existir. Sacudió el polvo acumulado por los años, rasgó las telarañas que colgaban en su mente y empezó a ver más claramente lo que antes ni percibió.
Ya viendo mas claramente decidió sacar su corazón, de aquel claustro donde por mucho tiempo aislado permaneció.
Enfermo casi agonizante lo halló. Esto despertó en ella un sentimiento de compasión. Empezó a cuidarlo, alimentarlo y sanarlo con toda su devoción; paso a paso, lentamente su ternura y dulzura le devolvió.
Enseñándole y recordándole aquel corazón que tendría que aprender amarse así misma ya que seria el primer paso para su resurrección. Ella tomo fiel nota de todo lo que este le indico y aprendió a quererse, amarse y darse sin condición.
Fue al rescate de su alma y la desencadenó…
Allí en ese preciso momento comprendió que su felicidad no dependía de nadie, que su búsqueda en aquel horizonte buscando respuestas era en vano.
Porque sólo de ella, de lo que alimentara en su interior dependía su felicidad, y que si se sabía amar a si misma, sabría amar a los demás y a recibir amor.
Comprendió que el amor es otra cosa distinta al apego y a la dependencia.
Su felicidad era su responsabilidad, de nadie más.
Aprendió que el pasado se queda atrás, que el futuro es incierto y que el presente es un regalo que hay que saber disfrutar en ese momento.
Se dio cuenta que a los muertos hay que aprender a dejar partir en paz, no podemos retenerlos ni encadenarlos a un presente y futuro que no les pertenece ni pueden vivirlo.
Aprendió como cátedra que los vivos también se marchan de nuestro lado y que hay que dejarlos partir liberándolos de toda carga y culpabilidad de nuestra estabilidad emocional.
Ahora serena, tranquila, feliz y en paz puede decir cuando alguien se marcha de su lado o de su vida: Te amo; pero soy feliz sin ti. Marcha tranquilo(a), cuida bien de ti y se feliz.
Ya consciente de todo esto comprendió que había resucitado de entre los que en vida muertos están.
“Hoy es feliz y sabe vivir, porque hay muchos que no viven sino que sobreviven o simplemente se limitan a existir, dejando que la vida pase de largo, sin aprender nada de ella ni avanzar”
María Jiménez Va.
Registro DNDA (Ministerio del interior República de Colombia. Dirección Nacionaql de Derechos de Autor)
Buscándole un sentido a su vida, una ilusión, un hálito de aliento, un sueño o quizás una esperanza que le diera la fuerza necesaria para seguir creyendo para seguir viviendo, para seguir sonriéndole a la vida,
¡Ah, cuanta falta le hacía sonreír! Lo necesitaba urgente, necesitaba encontrar ese algo que la impulsara porque aún a pesar de todo era consciente de que no podía dejarse vencer ni morir. ¡No! Aún no era su momento y no podía desistir, así sintiera que las fuerzas día a día disminuían
En esos momentos se sentía vacía por completo, en un desierto de sentimientos y emociones... Nada, absolutamente nada sentía, ni ira, ni angustia, ni rabia ni odio, ni siquiera un asomo de tristeza, era una ausencia total de emociones y sentimientos. El dolor había sido tanto en su vida que ya a esas alturas se había vuelto resistente, inmune a todo, era como si estuviera muerta en vida.
Ya no había sueños y mucho menos ilusiones, habían claudicado.
Se veía en un limbo rodeada de oscuridad… Trataba y luchaba con el poco aliento que le quedaba por encontrar una salida, una luz que le mostrara el camino; pero todo era inútil, así que llego el momento en que desistió y se dejo, se abandonó a su suerte sin poner resistencia, y así pasaron los días, las semanas, los meses y algunos años sentada allí con la mirada perdida en el horizonte, cada día más ausente…
Una noche ni siquiera tuvo la fuerza de dejar su mirada perdida en el horizonte, así que sólo pudo mirar a su interior, mirarse a si misma y penetrar en lo más hondo de su ser. Allí muy adentro en lo más profundo vio como brotaba un retoño de algo que despertaba su curiosidad, se fue acercando y mientras lo hacía reparó en su alma, mente y corazón
Descubrió que su mente estaba cerrada, clausurado estaba su corazón y su pobre alma. ¡Ah! Su pobre alma con cadenas y grilletes prisionera la encontró.
Partió cadenas y cepos, abrió su mente liberando sus recuerdos y su pasado. Derribó muros dejando que la luz inundara cada rincón de su existir. Sacudió el polvo acumulado por los años, rasgó las telarañas que colgaban en su mente y empezó a ver más claramente lo que antes ni percibió.
Ya viendo mas claramente decidió sacar su corazón, de aquel claustro donde por mucho tiempo aislado permaneció.
Enfermo casi agonizante lo halló. Esto despertó en ella un sentimiento de compasión. Empezó a cuidarlo, alimentarlo y sanarlo con toda su devoción; paso a paso, lentamente su ternura y dulzura le devolvió.
Enseñándole y recordándole aquel corazón que tendría que aprender amarse así misma ya que seria el primer paso para su resurrección. Ella tomo fiel nota de todo lo que este le indico y aprendió a quererse, amarse y darse sin condición.
Fue al rescate de su alma y la desencadenó…
Allí en ese preciso momento comprendió que su felicidad no dependía de nadie, que su búsqueda en aquel horizonte buscando respuestas era en vano.
Porque sólo de ella, de lo que alimentara en su interior dependía su felicidad, y que si se sabía amar a si misma, sabría amar a los demás y a recibir amor.
Comprendió que el amor es otra cosa distinta al apego y a la dependencia.
Su felicidad era su responsabilidad, de nadie más.
Aprendió que el pasado se queda atrás, que el futuro es incierto y que el presente es un regalo que hay que saber disfrutar en ese momento.
Se dio cuenta que a los muertos hay que aprender a dejar partir en paz, no podemos retenerlos ni encadenarlos a un presente y futuro que no les pertenece ni pueden vivirlo.
Aprendió como cátedra que los vivos también se marchan de nuestro lado y que hay que dejarlos partir liberándolos de toda carga y culpabilidad de nuestra estabilidad emocional.
Ahora serena, tranquila, feliz y en paz puede decir cuando alguien se marcha de su lado o de su vida: Te amo; pero soy feliz sin ti. Marcha tranquilo(a), cuida bien de ti y se feliz.
Ya consciente de todo esto comprendió que había resucitado de entre los que en vida muertos están.
“Hoy es feliz y sabe vivir, porque hay muchos que no viven sino que sobreviven o simplemente se limitan a existir, dejando que la vida pase de largo, sin aprender nada de ella ni avanzar”
María Jiménez Va.
Registro DNDA (Ministerio del interior República de Colombia. Dirección Nacionaql de Derechos de Autor)
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